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Un exceso de confianza condenó al ladrón. O quizás el ímpetu de la adolescencia. Tiene apenas catorce años, y la anciana a la que pretende robar mientras ingresa a su casa, noventa y tres. En principio, nada puede salir mal. Pero sale mal. Cuando el jóven se quiere dar cuenta, está encerrado en el baño, con la anciana al otro lado de la puerta. Ahora tendrá que escuchar la historia de una vida que llega a su final, la memoria de una vida solitaria, como todas cuando la muerte acecha. Contra su deseo, será todo oído. su voz no cuenta. A esa mujer le llegó la hora de hablar y ser escuchada. Empieza la función. Hay para un buen rato. Los lectores, agradecidos. 

Más liviano que el aire - Federico Jeanmaire

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