Alexander Theroux continúa explorando a través de la pintura, la música, la religión, el cine, la comida, el deporte, las innumerables facetas de cada color secundario. Su rasgo estilístico por excelencia consiste en no anteponer a todo el mismo recurso, sino instalar, en la delicadeza de un giro gramatical o sintáctico, grados extremos de singularidad y diferencia. Como si se tratara de un juego acústico, hay algo de Thoreau en Theroux. En la elección de fulgores, en el individualismo flagrante, en la afición de libertad.
Naranja, verde púrpura. Este deslumbrante paseo por los colores nunca carece de encanto poético, y es preciso en el suministro del detalle narrativo; el recuerdo personal, la anécdota espontánea se unen al dato enciclopédico y la experiencia adquiere una gran intensidad: el resultado es siempre plancentero, una celebración para los sentidos.
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